lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Felices Fiestas!



Llega esta época del año y a las madres nos crecen tres o cuatro brazos más, aparte de los ocho que ya teníamos. Si tocan las fiestas en tu casa, estás frita: es un trabajo tremendo aunque todos los parientes traigan algo. Si te toca ir a lo de un familiar, ya habrás estado cocinando el postre, el vitel toné o la ensalada rusa (comidas, estas últimas, ¡que sólo se hacen para las Fiestas!). 

Hoy es 24: seguramente ya compraste los regalos que fuiste planeando con ingeniería milimétrica para no destrozar la billetera. Te ocupaste, además de los regalos de tu familia, de comprar para tu familia política (si tenés compañero, y es de los que salen a comprar regalos para sus padres, hermanos y sobrinos, te felicito) y quizás los de tu jefe en la oficina. En fin... ¡qué laburo!!!

Ojalá puedas disfrutar de estas fiestas con tus hijos, o que los sientas muy cercanos si es que están lejos. 

Para el 2013 te deseamos que tengas paz, que seas feliz y, sobre todo, QUE SEAS VOS MISMA, que te quieras como sos y puedas pedirles a los demás que hagan lo mismo!!!

¡PAZ, AMOR Y FELICIDADES! 
¡Y UN AÑO PLENO DE PROYECTOS PROPIOS!



¡Hasta el año que viene!


jueves, 13 de diciembre de 2012

Siempres y jamases




Lo "ideal" / Lo que suele ocurrir

Seguro que más de una habrá dicho: “Yo me voy a ocupar de que mis hijos hagan deporte y coman sano, no como pasó en mi casa, que mis hermanos y yo resultamos gordos y vagos porque nadie nos enseñó a cuidarnos.” Pero resulta que cuando llegamos a casa después del trabajo no tenemos tiempo ni energía para hacer una cazuela de vegetales que lleva cuarenta minutos de cocción. Y, encima, como no estuvimos en todo el día con los chicos, no nos vamos a poner a luchar para que se la coman y arruinar el poco rato que pasamos juntos. Mañana, decimos, mañana compenso, y nos convencemos de que los buñuelos de brócoli congelados son un buen sustituto de las verduras frescas, y que la hamburguesa que tiramos directamente del freezer a la plancha es, al fin y al cabo, proteína pura. Todo, por supuesto, regado con medio frasco de ketchup, que es como salsa de tomate natural pero más rica (y la única manera de garantizarnos que los chicos coman algo). Igual, si dejamos a los chicos al cuidado de la abuela, tendremos mucho cuidado en llenarla de recomendaciones, y hasta es probable que nos ofendamos si osa darles golosinas, porque el azúcar los excita, les pudre los dientes y les quita el apetito. 




El imperativo es que hagan deporte: a la nena le gusta el hockey y al varón el básquet  Sería demasiada suerte que en el mismo club se jugaran las dos cosas. No, hockey hay en una punta de la ciudad y básquet en la otra. Al principio, madre y padre se dividen: el papá lleva al nene, la mamá lleva a la nena. Uno a la mañana y otro a la tarde. Vida familiar: cero. Y además: en invierno hace un frío de pelarse y la madre no conoce a nadie y se aburre en el borde de la cancha mientras la nena entrena. Al padre le pasa lo mismo pero con menos frío, porque el básquet se juega adentro. Pero el entrenamiento es justo a la misma hora que su partido de fútbol de solteros contra casados, y se lo pierde. A los dos se les hace cuesta arriba llevarlos a los respectivos partidos cuando juegan de visitantes: seguramente conocerán muchos barrios nuevos, casi todos lejos de casa. 

Las prácticas progresivamente se van espaciando… hasta que por fin llega el feliz domingo en que logran desayunar todos juntos. Los chicos toman el chocolate mirando la tele y Papi y Mami pueden darse el lujo de mirarse a los ojos por encima de las tazas del café, aunque sea por un ratito. 

Empezamos a entender porqué nuestros padres no insistieron mucho con el deporte…




miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las madres no nacimos de un repollo

Anne Geddes

Las madres también somos hijas. Fuimos bebés, niñas y adolescentes criadas por seres humanos que, en su momento, hicieron lo que pudieron, mejor o peor, para que llegáramos hasta el parto de nuestros propios hijos.
La maternidad nos invita a pensar nuestro pasado como hijas, a reflexionar sobre la relación con nuestros padres. Algunas, las que obtienen un saldo positivo, querrán seguir el ejemplo y repetir el modelo. Otras cuestionarán la manera en que fueron queridas y criadas, y se jurarán a sí mismas ser con sus hijos todo lo contrario de lo que fueron sus padres. 
A poco de andar en la aventura de ser madres nos damos cuenta de que cualquiera de las dos opciones es impracticable. Nuestros hijos no nos pertenecen. Son distintos a nosotras, y no sólo en el ADN. Cada uno tiene su propio carácter, su personalidad y, definitivamente, un contexto familiar distinto a aquel en que nos criamos. Como bien dicen, cada familia es un mundo, y cada pareja construye los límites, los permisos y las formas del amor a su manera.
Sin embargo, muchas veces insistimos ciegamente en las recetas que heredamos, ya sea para copiarlas sin variantes o para revertirlas en espejo. Si prestan atención a la frase anterior, la palabra ciegamente está en negrita. ¿Por qué? Porque muchas veces las decisiones y las acciones que tomamos con respecto a nuestros hijos no son conscientes. Forman parte del legado subterráneo de una cultura familiar que viene operando desde hace varias generaciones y brota, justamente, cuando menos pensamos en él. Se nos escapa, por así decirlo, cuando estamos en el medio de la cola del banco con la criaturita de cuatro años tirada en el piso berreando como un chivo porque no quisimos parar en el quiosco; cuando la hija adolescente nos mira con los ojos en punta y sentencia que nos odia porque le prohibimos ir a bailar hasta tanto no levante las calificaciones; cuando el padre no piensa lo mismo que nosotras; cuando la calesita cotidiana de la hora de dormir nos deja el cuerpo agotado y la cabeza en piloto automático.
Seguro, cuando nos preparamos para tener hijos nos proponemos racionalmente un montón de cosas. Voy a hacer esto y lo otro. Nunca voy a hacer tal cosa ni tal otra. La cabeza enumera debes y haberes condimentados con “siempres” y “jamases”.
Evaluamos los resultados de la educación y el amor que recibimos en nosotras mismas y nuestros hermanos, si los tenemos. Si nuestra madre fue sobreprotectora, trataremos de ser más liberales; si era demostrativa y cariñosa (en exceso, para nuestro criterio) elegiremos ser más parcas. Si la severidad, por ejemplo, aparece como un valor, entonces seremos estrictas; si no, recordaremos todo lo que sufrimos por esa rigidez y nos propondremos ser más tolerantes y flexibles. En el mejor de los casos, llegaremos a un acuerdo con el padre, si lo hay, sobre cuál es la mejor manera de llevar a cabo esta tarea.



Muchas mujeres adultas siguen cargando con conflictos no resueltos con sus padres que complican, hoy por hoy, la relación con sus hijos.
“Mi vieja era un sargento”, dice Eliana. “Tenía un refrán para todo: si no te lo comes ahora lo vas a tener de nuevo en la cena; donde manda capitán no manda marinero; cuando tengas tu propia casa tendrás tus propias reglas… Cuando el refrán no funcionaba, te daba con la zapatilla o te castigaba privándote de algo que te gustaba, como ver televisión o hablar por teléfono. Mi viejo era más flojo, pero casi nunca la contradecía, no fuera a ser que la vieja se las agarrara con él… Me aterra cuando me doy cuenta de que uso las mismas frases con mis hijos, o que cuando me sacan de quicio termino dándoles una palmada en el culo o encerrándolos en el cuarto, y los escucho llorar sin consuelo. En ese momento no me doy cuenta, no sé lo que hago. Creo que mis hijos me tienen miedo.”


Lo que se resiste, persiste… dice el refrán popular. Ajustamos nuestra identidad como madres por más o por menos: soy más cariñosa que mi mamá, soy menos gritona, estoy más presente, soy mucho más paciente, soy más tolerante, soy menos egoísta, ella trabajaba muchas horas afuera y por eso yo quiero quedarme en casa… pero, en realidad, ¿cómo soy, yo, como madre? El juego de los espejos y los opuestos es, a la vez, bienintencionado y tramposo.
El modo en que aprendimos a querer y a dejarnos querer, los estilos familiares de crianza y educación, los valores que heredamos y transmitimos están tan arraigados dentro nuestro que se vuelven obvios, invisibles. Mientras permanezcan en la oscuridad seguirán influyendo en nuestras expectativas sobre nuestros hijos y sobre nosotras mismas como madres. Pese a todos nuestros intentos conscientes, frecuentemente caemos en patrones de decisiones y conductas que pueden llevarnos a repetir modelos de relación conflictivos.

… y lo que se acepta se transforma.  Para eso, antes hay que poder detectar cuánto de mis modelos familiares se está jugando en la relación con mis hijos. ¿De dónde me vienen estas ideas sobre lo que es bueno y lo que es malo? ¿Estoy pensando yo, decidiendo yo, actuando como me parece a mí, o estoy repitiendo consignas familiares? Más allá del tipo de mamá que tuve o que me hubiera gustado tener, ¿qué tipo de mamá quiero ser para mis hijos?
Es hora de diferenciarnos de nuestras madres. Dejemos de medirnos con ellas y animémonos a ser la mamá que queremos ser, la mamá que podemos ser en las circunstancias particulares que a cada una le toca vivir. Aceptemos que somos únicas, que más allá del legado familiar tenemos recursos, aprendizajes y limitaciones que van a configurar nuestra especial manera de ser madres. Seamos flexibles para cambiar de rumbo cuando una regla o una conducta que nos parecía tan “obvia”, tan “natural”, tan “lógica” (¿tan heredada?), no funciona,  cosa que es frecuente que suceda cuando la adolescencia de los hijos irrumpe en nuestras vidas. Y aprendamos a tolerar con humor nuestras propias contradicciones y errores, ¡porque lo único que es “obvio”, “natural” y “lógico” es que no somos perfectas!

Los mitos de la madre santa 3: Responsabilidad total





Parece increíble que hoy en día, luego del feminismo y de más de cincuenta años del ingreso de la mujer en el mundo del trabajo, siga teniendo influencia sobre la mayoría de las mujeres, y sobre la sociedad toda, la idea de que el bienestar físico y mental de los hijos sea responsabilidad primaria solamente de la madre. Los hombres, los padres, aunque ahora estén mejor dispuestos a participar, también creen que las mujeres tenemos que estar más involucradas que ellos en lo bueno y lo malo que les pueda suceder a sus retoños. No es que estemos enojadas con los hombres (o tal vez un poco sí) sino que nos gustaría dejar de llevar tanto peso sobre nuestros hombros. Ellos no tienen la presión de preguntarse a cada paso qué haría una buena mamá. Nosotras, en cambio, navegamos en un mar de ambigüedades.

Hasta mediados del siglo XX las mujeres parecían destinadas a permanecer en el mundo simbólico de las tres K: Kinder, Kuche, Kirche (niño, cocina, iglesia), como decía Hitler. Como ya vimos, la creencia de que las mujeres naturalmente poseen un instinto maternal devino en la segregación de los roles sociales entre los géneros, encerrando a la mujer en la privacidad del hogar y restringiendo sus intereses y sus tareas a ser madre y ama de casa. Ellas eran las responsables de cuidar a los niños, estimular su desarrollo físico, moral, social y espiritual y prepararlos para la vida. 
A medida avanzaban la tecnología y la industrialización se fueron produciendo cambios en las relaciones entre las personas. En un mundo cada vez más inestable, la maternidad se empezó a concebir como la fuerza conservadora de los valores tradicionales. La madre abnegada, devota, cuya vida giraba en torno de la satisfacción de los deseos de su marido y sus hijos, se convirtió en un objeto de idealización.

Durante la Segunda Guerra Mundial las mujeres tuvieron que salir a trabajar debido a la falta de hombres. Sin que a nadie le pareciera una conducta “desnaturalizada”, dejaron a sus hijos en guarderías implementadas por el estado y asumieron un rol “masculino”. En ese tiempo, muchas mujeres saborearon nuevas posibilidades de independencia, aprendieron a valorar sus propias capacidades y obtuvieron logros importantes. Las madres comenzaron a ser personas.
Ahora bien: terminada la guerra, se pretendió que las mujeres abandonaran todo esto, que resignaran sus ambiciones para volver al hogar a criar a los niños. Al mismo tiempo, los avances en las técnicas anticonceptivas comenzaron a plantar en la mente femenina la semilla de una duda: ¿quiero o no quiero tener un hijo? La maternidad dejó de ser un proceso natural para convertirse en una elección. 
Como la historia demuestra, las ideas van cambiando en un círculo de acción y reacción. Para contrarrestar la creciente independencia femenina fueron surgiendo nuevas teorías que ponían el acento no ya en el argumento biológico sino en los supuestos efectos negativos que se producirían en los hijos si la madre no se entregara a ellos totalmente. Una madre distraída por sus ambiciones personales, una madre aunque fuera parcialmente ausente del hogar podría llevar a sus hijos a la delincuencia, a la enfermedad y a la locura, sin contar además los riesgos de ser secuestrados, abusados o maltratados por las personas que se ocupan de ellos. La difusión de la psicología infantil y de las teorías psicoanalíticas, con su acentuación del vínculo madre-hijo, contribuyeron a generar en las mujeres más sentimientos de miedo, angustia y culpa. 


El enfoque sobre la responsabilidad materna no es sólo una demanda injusta sobre las mujeres, culpándolas de todo lo que pueda salir mal en la crianza de los hijos, sino que deja completamente al margen la responsabilidad de los padres y de las instituciones sociales.


martes, 30 de octubre de 2012

Amor incondicional y entrega absoluta





El segundo mito de la madre santa afirma que una madre debe ser capaz de dar sin esperar nada a cambio, de proteger, de comprender y de nutrir a los hijos incondicionalmente. Y es entendible, porque eso es lo que hacemos las madres… a veces

A veces, no siempre, nos sentimos plenas por el sólo hecho de haber parido; a veces, no siempre, disfrutamos de estar con los niños; a veces, no siempre, damos prioridad a las necesidades de nuestros hijos por sobre las nuestras; a veces tenemos el timing justo para estar cuando nos necesitan y meternos tras bambalinas cuando necesitan usar sus alas; a veces podemos responder tranquilas a las rabietas y ser comprensivas… pero no siempre.

Seamos sinceras: por más que amemos a nuestros hijos y nos preocupe su bienestar, a menudo la maternidad no resulta el fascinante cuento de hadas que la publicidad y los manuales se esfuerzan por vendernos. Nos frustra la interminable cantidad de tareas que debemos hacer por los hijos, los límites que ponen a nuestra libertad, lo difícil que resulta a veces disponer del tiempo y la energía para nosotras mismas. Entonces nos enojamos y decimos y hacemos cosas de las que más tarde nos arrepentimos.
Lo cierto es que nadie puede ser abnegada siempre, estar todo el tiempo de buen humor, tener todas las respuestas, sentirse siempre segura al tomar una decisión que pueda afectar el futuro de los hijos.

El paradigma actual de la “buena madre” es una generalización que recorta la experiencia concreta de la maternidad de cada mujer, negando y escondiendo el abanico de pensamientos, emociones y acciones que no se ajustan a la definición monocromática de lo que es ser una “buena” o una “mala” madre. La prensa y la televisión refuerzan la polaridad cultural contraponiendo las figuras de la madre ideal –abnegada, paciente, radiante, siempre dispuesta – con la versión actualizada de las madrastras de los cuentos de hadas, mujeres narcisistas, centradas en sí mismas, capaces de abandonar y maltratar a los hijos. 


En el desfile de madres famosas encontramos los dos modelos. Por cada Angelina Jolie, la “chica terrible” convertida en un ejemplo de amor y dedicación hacia sus hijos biológicos y adoptados, hay una Britney Spears que pierde la custodia de sus bebés debido a sus problemas con el alcohol y las drogas. Las “malas madres” de los medios cumplen una doble función altamente contradictoria: por un lado, sirven para que las mujeres nos tranquilicemos: comparadas con ellas, no nos sentimos tan desastrosas. Pero, por otra parte, refuerzan el ideal, ya que nos advierten de los peligros físicos y psicológicos a los que están expuestos los hijos de aquellas que, por un motivo o por otro, no pueden cumplir con los estándares de perfección que se exigen.

El mito del amor y la entrega incondicional nos lleva a medirnos con un modelo deshumanizado del rol de madre que nos genera sentimiento de culpa si no sentimos el gozo eterno y la satisfacción de todo lo que necesitamos por el mero hecho de ser madres. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

No sé / No puedo


¿Será cierto, como nos cuenta Woody Allen en historias de Nueva York, que las madres también podemos aparecer en el cielo para cuidar a nuestros amados hijos?

Somos capaces de hacer cosas hasta cuando parecen imposibles.Y aquellas cosas que están a la mano, que nos descansarían mucho más, como decir "esto no sé", "aquello no puedo" o "¡disculpame! son frases que casi no podemos pronunciar. Porque decirlo sería aceptar nuestras limitaciones como madres y poder acercarnos a nuestros hijos como personas de carne y hueso.

¿Será que todavía no tenemos permiso para ser madres con limitaciones?

Todo esto viene a cuento de una madre que se enoja cuando su hija le dice: "Mamá, te comprometiste a que ibas a estar ", y la madre se enoja y se ofende porque su hija le dice que ELLA no pudo con algo. La insta a que no la agreda más con esas acusaciones (ciertas). La hija se pone a llorar y más se aleja de la madre, la madre más se enoja, y terminan cada vez más lejos una de la otra.


Y todo esto por la dificultad de decir "¡ESO NO PUDE! ¡DISCULPAME!".

domingo, 21 de octubre de 2012

Va terminando el Gran Día

Sol Rietti

Madres, ¡va terminando nuestro día!

Mañana nadie nos va a servir el desayuno ni recibiremos ningún regalo. Puede que hoy tampoco haya pasado. Pero a no desilusionarse, ya que de todas maneras, recibiendo regalos o no, seguiremos siendo las mismas.

Hoy, definitivamente, no es un día para cuestionarnos nuestra maternidad, ya que estará teñida de falsas pistas, más regalos o ninguno, maridos atentos o indiferentes a este festejo.

Ni hablar de aquellos que no tienen madres pero indefectiblemente deben asistir a "EL DÍA DE LA MADRE FELIZ".

Una pregunta que queda en el aire, ¿deberían existir estos días?



sábado, 20 de octubre de 2012

¡Feliz día de la madre!



Mañana se festeja en Argentina el Día de la Madre. Desde hace varias semanas la televisión, los diarios y las revistas nos vienen bombardeando con imágenes de mujeres bellas, jóvenes e inevitablemente vestidas de blanco que miran con ternura a sus hijos y sonríen extasiadas. Los niños también son bellos, impecables, bien peinados y bien comportados. El halo de felicidad y beatitud que emana de la madre y sus retoños opaca a los perfumes, lavarropas y celulares de última tecnología, al punto de que muchas veces ni siquiera recordamos de qué se trataba el aviso. 





Las publicidades del Día de la Madre muy raramente se ocupan de mujeres adultas con hijos adolescentes; prefieren navegar las aguas seguras del edulcorado vínculo de la primera infancia tal como aparece en las láminas enmarcadas de la sala de espera de los obstetras. 


Es cierto que algunas empresas han actualizado sus mensajes para incluir ciertos rasgos de normalidad y modernidad en su representación de las madres. Hay campañas gráficas  y televisivas que muestran mamás "casi" de carne y hueso (¡hay muchos videos divertidos de avisos que se pueden ver en You Tube!). Sin embargo, "algo" subsiste del modelo canónico que nos lleva a las mujeres, los hombres, los hijos y  la sociedad a seguir cayendo en la mitología de la madre santa. 

La última tendencia en publicidad prefiere mostrar a Mamá como la más divertida, la más compinche, la amiga del alma. Mamá aparece corriendo, jugando, hamacándose junto a sus hijos con cara de pícara, pintando con los chicos con una simpática mancha roja en la nariz. ¡Ahh! ¡Qué lindo!, suspiramos. Nos enganchamos en el espíritu dulzón de la fiesta y nos olvidamos que cualquier madre que haya decidido embarcarse en la aventura de pintar con niños menores de diez años sabe que los botes de pintura no se mantienen verticales por mucho tiempo, que las manitos apenas manchadas de la fotografía estarían estampadas en las paredes, en los muebles, en la ropa de los chicos y en su propio vestido.




Para que siempre pueda estar junto a nosotros cuando la necesitamos, anuncia por la tele una empresa de telefonía móvil. ¿Será una expresión de cariño sincero o una amenaza? La madre, joven, bella e impecable como siempre, aunque ahora vestida con un trajecito color visón, interrumpe una reunión en la oficina para atender a su hija de seis o siete años. Lo que la niña le cuenta parece ser muy interesante: la mamá sonríe, se sorprende y le envía un beso antes de colgar. Los otros participantes de la reunión, un hombre sesentón que podría ser su jefe y otra mujer joven, también sonríen, enternecidos y comprensivos. 
Bajemos a la realidad: ¿qué le pasa a una mamá normal si su celular suena cuando está en una reunión y la pantalla dice “Casa” o el nombre de un hijo? Probablemente lo primero que piense es que ha ocurrido una catástrofe, porque ya les explicó a los chicos una y cien veces que no la llamen en horario de trabajo si no es por algo muy importante (para lo que no es importante ya los llama ella tres o cuatro veces al día). La urgencia del hijo suele deberse a que un hermano lo está molestando, que no encuentra la tarea de inglés en la mochila o que la nena de quince tiene una fiesta esa noche y no sabe qué ponerse. Tranquilizada y furiosa a la vez por la banalidad del llamado, pide disculpas y se retira a un rincón perseguida por miradas serias y algún bufido de impaciencia de alguno de los presentes. Contesta con monosílabos, trata de apurar la charla y a duras penas se aguanta las ganas de estallar en improperios (no es cuestión de hacer un papelón en la oficina, ya más tarde se desquitará en casa). Cuelga lo más rápido que puede, otra vez pide disculpas y trata de concentrarse de nuevo en el tema que se estaba tratando. No es fácil. 


Pero tampoco es taaan difícil. Es así. Es como es. Hoy somos mamás multi-tasking, hacemos de todo y lo hacemos lo mejor que podemos. Cada día tenemos momentos preciosos con nuestros hijos, pequeños estallidos de luz, ternura, satisfacción y alegría, y también de los otros, cuando nos sentimos abrumadas, irritadas, culposas, excesivamente demandadas por lo que “deberíamos” ser en tantos frentes al mismo tiempo.

Disfrutemos esta fiesta con orgullo por todo lo que efectivamente hacemos bien, sin necesidad de agregarle azúcar ni halos radiantes. Despeinadas, cansadas, imperfectas, aceptemos las ofrendas de amor de nuestros hijos también despeinados, revoltosos e imperfectos, sean secadores de pelo, lavarropas (tienen su utilidad, ¿no?), deliciosos bombones, cartitas, dibujos, exquisitos collares y posavasos hechos a mano por los pequeños o el lacónico mensaje de texto de un hijo adolescente.  


Madres cariñosas, sobreprotectoras, exigentes, malcriadoras, compinches, ocupadas, tiernas, meteretas, alegres, malhumoradas, biológicas o adoptivas, acompañadas o solas, únicas, perfectamente imperfectas:

¡¡¡¡Feliz día para todas!!!!



(Nota: Mientras buscábamos imágenes para este post nos sorprendió agradablemente darnos cuenta de lo democrática y "normal" que es la Internet. Hagan la prueba: escriban "madre", "madre perfecta" o "día de la madre" en el cuadro de búsqueda y verán que hay todo tipo de imágenes: divas, divinas, feas, jóvenes, viejas, flacas, gordas, contentas, hartas, etc. ¡Muy interesante! ¿Por qué será que las publicidades insisten en un tipo ideal de madre? ¡Bravo por la variedad de las madres virtuales!)

lunes, 15 de octubre de 2012

El instinto materno 2: Mujeres en el espacio y en el tiempo



Familia con nodriza. Siglo XIX
La idea de que las mujeres tenemos un instinto maternal es relativamente nueva en Occidente.
¿Cómo explicar, si existe un instinto natural para criar a los hijos, que durante buena parte de nuestra historia fueran comunes el infanticidio y el abandono de niños indeseados por minusvalía, deformidad o nacimiento extramatrimonial? ¿O que estuvieran tan extendidos el maltrato y los castigos corporales a los niños?
Según el historiador Philipe Ariés, el origen de la idea del instinto maternal está ligado al desarrollo progresivo del concepto de infancia. Hasta fines la Edad Media casi la mitad de los hijos nacidos no llegaban a adultos. De ahí que, para las madres, la infancia no fuera un estado gozoso sino una carrera de obstáculos en la que no convenía aficionarse demasiado a los concursantes.

Hans Holbein. 1535

Recién hacia mediados del siglo XVI, cuando los avances en la ciencia y la tecnología hicieron posible la supervivencia de más niños, las madres pudieron permitirse un vínculo afectuoso con sus hijos.
B. Murillo. 1670

En el arte se evidencian los cambios que se van operando en el sentimiento materno. A las escenas desgarradoras del Medioevo, donde los niños eran arrebatados por la muerte, suceden las escenas domésticas que reviven con ternura la infancia de Jesús y refuerzan el vínculo afectuoso entre la Madre y el Niño.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XIX siguió siendo común la práctica de entregar a los recién nacidos a amas de leche y, en las clases más privilegiadas, delegar la crianza de los niños en nodrizas durante años.

“¿Es posible, acaso, hablar de un instinto que no se manifiesta durante siglos?”, se pregunta Elizabeth Badinter. Para la filósofa feminista francesa, el instinto maternal es un mito que apunta a reforzar moralmente la primacía de la biología por sobre la cultura, promoviendo la tiranía de la madre perfecta (la que se queda en su casa) y favoreciendo los sentimientos de culpa si una mujer no considera “que le debe todo a su hijo: su leche, su tiempo, su energía”. 
(Les dejamos el link para que puedan leer la entrevista que le hicieron en la revista Ñ, Contra la tiranía de la madre perfecta.


Margaret Mead en Nueva Guinea
Al mismo tiempo que los historiadores de la cultura buscaban evidencia de los cambios en el sentimiento maternal a través del tiempo, la Antropología de Género investigaba las diferencias en el espacio. Los estudios pioneros de Margaret Mead en Nueva Guinea, entre otros, desafiaron la idea de que haya una correspondencia natural estricta entre ser madre y ser mujer y demostraron que los roles de los varones y las mujeres con respecto a los hijos son construcciones sociales e históricas.

La manera de ser madre no viene en los genes, no es universal ni eterna. Cada sociedad elabora y consagra un modelo de madre a la medida de su época, de acuerdo a sus necesidades culturales, sociales y económicas, y establece sus propias reglas y prácticas de lo que debe ser una buena madre. Cuando las condiciones cambian, cambian los mitos. Lo que hoy nos parece ridículo o inaceptable (dar un niño a un ama de leche o hacerlo trabajar antes de la pubertad)en su momento fue considerado lo más conveniente. Reconocer que la idea del instinto materno es eso, una idea, y no una realidad es el primer paso para aceptar que cada madre es única y que existen infinitas maneras de ser madre. 


jueves, 11 de octubre de 2012

El instinto materno 1: "Mí, Chita. Tú, Tarzán"






El mito del instinto materno tiene su origen en la creencia de que existe una natural disposición para concebir, nutrir, cuidar, proteger y amar a las crías. Este instinto, se dice, es biológico: les viene dado a las mujeres por su condición de hembras mamíferas. Se afirma, además, que es universal, que “viene” en el ADN de todas las mujeres, sean madres o no (es por eso que, todavía hoy, se tiende a ver a las mujeres sin hijos como incompletas o desviadas). La maternidad está tan identificada con este instinto amoroso natural que cuando salen a la luz historias de mujeres que abandonan a sus hijos o que los maltratan, se habla de “madres desnaturalizadas”.




¿Es así? ¿Es cierto que el instinto materno “viene” en los genes de especímenes humanos dotados de útero y mamas? En realidad, no hay ninguna prueba científica que avale esta creencia. Ningún estudio ha revelado la presencia de un gen que pueda vincularse con el amor y el cuidado maternal ya sea antes  de la concepción, durante el embarazo o después del parto. Existen, sin duda, factores biológicos en la maternidad, como las hormonas de la prolactina y la oxitocina que se ponen en marcha durante el embarazo. Sin embargo, no son determinantes: no todas las mujeres sienten la necesidad de tener hijos, ni de amamantarlos.
Si el instinto maternal fuera un imperativo biológico, ¿cómo se explica la conexión afectiva entre una madre y sus hijos adoptivos? La realidad demuestra que los lazos amorosos no son el resultado de un instinto natural sino de un proceso de interacción humana.
Lejos de ser la cosa más natural del mundo, el instinto maternal es una construcción cultural que se fue gestando en Occidente a partir de las necesidades de cada época para definir los roles del hombre y de la mujer. Debido a sus diferentes biologías, lo femenino quedó vinculado a la Naturaleza: la crianza del niño se volvió patrimonio exclusivo de las mujeres y fue relegada a la esfera doméstica. Como contraparte, lo masculino fue identificado con la Cultura, aquello que trasciende y domina lo natural y se desenvuelve en el ámbito público. Algo así como "Mi, Chita. Tú, Tarzán."

Para desafiar el mito del instinto materno hagamos un breve recorrido histórico y antropológico y veamos cómo fueron cambiando el concepto de madre y las exigencias del rol en las distintas épocas y culturas.

Los mitos de la madre santa



Kiki Suárez

Se da por supuesto que una buena y santa madre
  •  tiene instinto maternal
  •  ama incondicionalmente a sus hijos y se entrega absolutamente a ellos 
  •  es responsable de todo lo que les pasa 

¿Quién lo dice? En realidad, todos y nadie. Nadie, porque son máximas no escritas, y todos porque están grabadas en el caracú mental de la sociedad y la cultura de Occidente a la que pertenecemos.
Es indiscutible que las mujeres sabemos y podemos amar a nuestros hijos profundamente, con el alma y el corazón; que los nutrimos, los mimamos, los educamos, los disfrutamos, les damos nuestra atención y buena parte de nuestro tiempo. También es cierto que cuando traemos un hijo al mundo asumimos el compromiso de hacer lo mejor que podamos para que crezca sano y feliz. 
Lo que cuestionamos es que estas máximas sean inmutables, universales y eternas. 
El modelo de la madre santa funciona a la vez como dique de contención y como cárcel. Es útil para orientarnos, pero puede dejarnos atrapadas en las exigencias de lo que una buena madre debería pensar, sentir y hacer. Cargadas con esa definición monocromática, en lugar de aceptar que somos humanas y hacemos lo mejor que podemos, nos esforzamos por hacer Lo Mejor, con mayúscula, y si esto no funciona como esperábamos, si los hijos tienen dificultades o tenemos conflictos con ellos, nos sentimos culpables. Nos castigamos por haber roto las tablas consagradas en el altar de La Madre. 
Entonces, con la mejor intención de reparar el daño, nos esforzamos más. ¿Cómo? Haciendo más de lo mismo. Gritamos más, cedemos demasiado, nos volvemos todavía más dramáticas, más estrictas o ............(espacio cedido para que cada una complete con su reacción habitual). Y cuando hacemos eso(ver lo completado en la línea punteada),el hijo/la hija responde ............; entonces nos sentimos ............) y reaccionamos haciendo ............),y así, ad infinitum.
Cuando nos ataca la culpa, sin darnos cuenta caemos en conductas repetidas que nos llevan, a nosotras y a nuestros hijos, a un callejón sin salida.(De esto sí vamos a seguir hablando ad infinitum). 
¿Conocen el refrán Hijos pequeños, problemas pequeños; hijos grandes, problemas grandes? Reformulemos


Ideales pequeños, problemas pequeños; 
ideales grandes, problemas grandes. 

Si apuntamos a ganar la medalla a la Madre Perfecta preparamos el caldo para el conflicto y el drama.  
Por eso las invitamos a poner los mitos de la madre santa sobre la mesa y proceder a examinarlos, y desafiarlos, uno por uno.




lunes, 8 de octubre de 2012

Cada maestrito con su librito



Tenemos mucha información. Mucha, muchísima, demasiada.

En todas las librerías -ya sean gigantescas o chiquitas y encantadoras como la de Meg Ryan en Tienes un e-mail- hay una sección completa o al menos un estante combado por el peso de los libros dedicados a la "Maternidad" (¿alguien vio, alguna vez, un sector rotulado “Paternidad”?).  Cada vez hay más programas de televisión y se publican más revistas donde los pediatras, psicoanalistas, gurúes y "especialistas" de diversas áreas se jactan de tener la pócima mágica para desenredar el complejo proceso de ser madres.
Lo que pocos parecen preguntarse es si es necesario desenredar algo, si la complejidad del rol y sus dilemas no son parte misma de la maternidad. 
Parecería ser que hoy hay una variedad enorme de "maneras de ser madre". Cada maestrito tiene su librito y fundamenta sus razones: si hay que darles pecho o biberón, si es mejor o peor dejarlos dormir en nuestra cama, si hay que marcarles los límites con firmeza o dejarlos crecer a su aire… Sea como sea, sigamos a quien sigamos, en algún momento sentimos que estamos fallando, sobre todo cuando los hijos llegan a la adolescencia y ninguna de nuestras certezas nos sirve para capear los temporales. 
Lo que pasa es que, más allá de sus buenas intenciones, los consejos y recomendaciones de los "especialistas" encubren la convicción de que existe una sola manera correcta de hacer las cosas. Y esa manera no es tan distinta a lo que siempre se consideró que una buena madre debería ser y hacer. Por debajo de la variedad subyacen los mitos de la madre santa, estándares inalcanzables que nos someten a una exigencia extrema y nos hacen sentir culpables. A pesar de todos los cambios en la sociedad, de los nuevos roles que cumplimos las mujeres, todavía vivimos en un paradigma en el cual de nosotras depende todo lo bueno y lo malo que les pueda ocurrir a nuestros hijos. Visto así, ser madre es una tarea peligrosa. Al pensar que nuestros actos dejarán una marca indeleble en nuestros hijos nos recorre un terror indescriptible: ¿Estaré haciéndolo bien?... ¿Seré una buena madre?
Como entendemos que a todas nos pasan más o menos las mismas cosas, en este blog no verán levantarse deditos acusadores ni encontrarán recetas infalibles. Vamos a conversar sobre la experiencia real de ser madres, con todos los matices que eso implica: ternura, dedicación, amor profundo... y también dudas, conflictos, culpa y temores que vienen en el combo con los hijos. Más que una pócima mágica, lo que tenemos es un caldero lleno de preguntas que nos ayuden a pensarnos como madres, a aceptar nuestros errores y a encontrar alternativas para resolver las partes más áridas de este viaje alucinante.
Mientras tanto, relájense y disfruten de este video divertidísimo, "Qué difícil es ser una madre progre" según Roxi:

domingo, 7 de octubre de 2012

Madre... ¿hay una sola?






Hay madres que cocinan y madres que piden pizza. Hay madres que trabajan y otras que se quedan en casa. Algunas visten a sus hijos con pulóveres de cuello alto y bufandas hasta bien entrada la primavera para que no se resfríen, y otras que los dejan andar descalzos en invierno para que fortalezcan sus defensas. Están las que adoran jugar con los chicos por largas horas y otras a las que les resulta insoportablemente aburrido, las que leen cuentos hasta que los niños se duermen y las que les dan un beso, apagan la luz y se van.

Algunas prefieren a sus hijos varones, otras a las mujeres y otras a las que les da lo mismo. Hay quienes son fantásticas con los bebés y otras que disfrutan más cuando los hijos son adolescentes. Las hay que parecen más jóvenes que sus hijas y otras al estilo de Rubens; estrictas y permisivas, presentes e indiferentes, gritonas y tranquilas,rockeras y sinfónicas, Susanitas y Mafaldas, las que se meten en todo y las que dejan hacer. Y también hay infinitas combinaciones entre todas  ellas.

A menudo escuchamos decir que “Madre hay una sola”. La frase de tango reivindica y consagra con un folclore tierno la mística de ser madres. Pero el problema con lo folclórico es que suele escapar con facilidad a la lupa del cuestionamiento. ¿Por qué es una sola? ¿Cuál es esa madre? ¿Cómo es? ¿Cuál es su tarea? ¿Hay una tarea? 

sábado, 6 de octubre de 2012

Madres e hijos en problemas





Hay momentos en que la relación con nuestros hijos fluye como un arroyo idílico y otros en que pareciera que se salió el tapón del fondo y nos encontramos girando como locos, ellos y nosotras, camino del desagüe. La situación es, como mínimo, incómoda, cuando no desesperante. Manoteamos, pataleamos y nos debatimos, sintiéndonos inútiles, incompetentes y culpables. Al alcance de la mano hay una tabla de madera con una leyenda pintada en letras fluorescentes: “Lo que una buena madre debería hacer”. Parece sólida, y nos aferramos a ella suponiendo que es la única manera de salir. Con alivio comprobamos que funciona, y por esta vez, zafamos.
¿Qué pasa cuando volvemos a caer en otro remolino? ¿O si nos caemos en el mismo, pero las aguas están más revueltas y giran a un ritmo de vértigo? Pasó el tiempo, los hijos crecieron, el río ya no es como era, y sin embargo nos empeñamos en usar la misma tabla. A veces funciona. A veces, no. Puede ser que la madera esté podrida o que los clavos que la sujetan a la salvación se hayan oxidado, pero no nos damos cuenta. También puede ocurrir que algún hijo no quiera usar esa vía de escape: ahora es un adolescente con ideas propias y quiere ponerlas a prueba.
Aunque es evidente que la tabla ya no brinda la misma seguridad de antaño, o que va a ser sumamente trabajoso forzar a ese hijo para que trepe por ella, el brillo hipnótico de las palabras nos obliga a pensar que esa tabla es la única manera de salir del problema. Y nos aferramos a ella con uñas y dientes. Tan concentradas estamos en el esfuerzo que no vemos que esta vez, desde el borde mismo del problema, cuelgan sogas, lianas y hasta una escalera; que esta vez puede haber alguien en tierra firme que escuche nuestro pedido de ayuda, o que esta vez ese hijo trae un tanque de oxígeno que le permitiría llegar hasta el fondo y poner el tapón en su lugar... si lo dejáramos hacerlo. Nada de nada, no vemos ninguna alternativa. Seguimos insistiendo, haciendo más de lo mismo.
Eso que deberíamos hacer, eso que suponemos que es lo único válido y que nos esforzamos cada vez más en cumplir aunque no sirva de nada o empeore la situación, nos viene dictado por un modelo de madre que hoy por hoy también está oxidado pero no ha perdido su vigencia. Aunque no seamos conscientes de su peso y su presencia, las certezas que tenemos sobre lo que es ser una buena o una mala madre rigen lo que pensamos y sentimos sobre nosotras mismas, nuestros hijos y la relación, condicionan nuestras decisiones y nuestra manera de actuar y pueden dejarnos a todos dando vueltas en un remolino sin fin. 

jueves, 4 de octubre de 2012

¿Para qué sirve este blog?



Que seamos madres perfectamente imperfectas quiere decir que muchas veces somos amantísimas y equilibradas y otras veces… no tanto. Que a menudo podemos ayudar a nuestros hijos a enfrentar sus dificultades y otras veces…,bueno, otras veces hacemos y decimos cosas que embarran más de lo que limpian. Y ahí es cuando aparecen los sentimientos de culpa.
¿Quién no se ha sentido alguna vez una bruja, un monstruo, una madrastra de cuento, una Cruella de Vil? ¿Con qué frecuencia? ¿Una vez al mes? ¿Una vez al día? ¿A cada rato? 
Cada vez que nos equivocamos, cada vez que los chicos tienen problemas que se resisten a resolverse, la vocecita insidiosa de la culpa nos taladra el cerebro. Nos llenamos de dudas y reproches, nos castigamos, nos enojamos con nosotras mismas. Debería ser más paciente, tendría que ser más estricta, más permisiva, menos gritona… Nos decepciona reconocer que no somos las madres que deberíamos ser. Por carácter transitivo, al rato nos enojamos con nuestros hijos, o algo de lo que son o de lo que no son, de lo que hacen o dejan de hacer, nos decepciona. "Ellos"  son los que nos irritan, nos vuelven locas, no nos entienden, nos lastiman. Nos declaramos víctimas y nos preguntamos por qué otras tienen la suerte de tener hijos perfectos y a nosotras nos tocó esto en el reparto. Es que así como tenemos expectativas irreales sobre lo que deben ser las buenas madres también idealizamos lo que deberían ser y hacer los hijos.
Tres segundos más tarde, la culpa que echamos por la puerta vuelve a entrar por la ventana: ¿Cómo voy a pensar así de mi hijo? ¿Cómo puedo tener sentimientos tan feos? Inevitablemente llegamos al signo de pregunta más temido: ¿Seré una mala madre?
Entonces, para reparar lo que presumimos como una falta, volvemos a la acción y nos esforzamos todavía más: si ya éramos estrictas, ponemos más límites; si ya éramos exigentes, demandamos más; si ya teníamos la tendencia a malcriarlos, los consentimos más. O sea: hacemos más de lo mismo.
Mientras tanto, los chicos bailan con nosotras este tango de acción y reacción. Cuanto más nos esforzamos, más conseguimos lo opuesto de lo que nos proponíamos. Ellos se enojan más, reclaman más, nos echan más culpas, nos ignoran, se encierran, nos tratan de locas. El juego va escalando: entre trucos, retrucos y vale cuatros el problema se vuelve cada vez más gordo. Algunas veces ganan ellos, otras nosotras. Pero en la cuenta final no gana nadie y perdemos todos.
Seguramente la lectura de este blog no resuelva las dificultades que implica ser madre hoy. Nada más lejos de nuestra intención que ofrecerles otro manual pretencioso que les diga lo que tienen que hacer y las guíe hacia la luz. Sabemos lo difícil que resulta criar y educar a los hijos, y lo complicado que a veces puede ser encontrar un criterio apropiado para ayudarlos a crecer y comunicarse con ellos. Por eso aquí no van a encontrar consejos ni recetas para convertirse en madres perfectas. Nos parece mucho más interesante plantear preguntas que nos ayuden a pensar los problemas desde un lugar donde podemos resolverlos. 
Les deseamos que cada una pueda disfrutar sin culpa de su propia y perfectamente imperfecta manera de ser madre. 

¿Quiénes somos?


¡Hola! ¡Bienvenidos! Nos presentamos: somos Andrea Jáuregui y Diana Guelar, y con la colaboración de Sol Rietti hacemos Perfectamente Imperfectas, un blog que aspira a desdramatizar los errores comunes que cometemos las madres, sobre todo cuando nuestros hijos son adolescentes. Es casi un anti-manual: en vez de dar recetas y consejos, planteamos preguntas y proponemos alternativas para que cada mujer pueda aceptarse imperfecta y abrazar el estilo de madre que quiere y puede tener. Esperamos que nos visiten y nos cuenten sobre sus desafíos!